En estas fechas en las que estamos inmersos en un proceso tan transcendente como son unas elecciones para renovar el Congreso y el Senado, nos encontramos ante diferentes actitudes que nos dicen mucho acerca de nosotros.
Unos son los apasionados, los que creen en lo que defiendeny que se arman de razones para que su opinión sea la más válida, una cosa está clara, y habrá también personas que les ocurra lo contrario, lo claro es que ellos lo defienden creyendo en lo que están defendiendo.
Otros son los pasotas, a los cuales les da lo mismo ocho que ochenta, a los cuales la misma vida les ha puesto en una situación en la cual la anestesia es de tal calibre que no consiguen aunque lo deseen, inquietarse lo más mínimo a no ser que vean amenazados sus bienes básicos, aunque lo básico no sea lo más básico en realidad.
Finalmente tenemos a los que analizan y no defienden ninguna postura, tan sólo apoyan en un momento determinado aquello a lo que están sometiendo a un continuo juicio de valor, estos son los que más miedo les deberían dar a los que tengan que acatar el veredicto de las urnas, ya que a pesar de no ser una mayoría son los que ante un momento de empate técnico como el actual son capaces de decantar el proceso de uno u otro lado.
Y esto es así, y no sólo en las elecciones generales, sino que también en todo tipo de elecciones. Yo desgraciada o afortunadamente creo encontrarme entre los primeros, pero no os quepa ninguna duda que en el caso de que en alguna ocasión tuviese que someterme al apoyo de otras personas que tuvieran que apoyarme por mis actos pasados, presentes y futuros, me gustaría tener una fuerte base de los primeros y convencer a los terceros para finalmente poder despertar de su letargo a los segundos.
Afortunadamente me da la sensación de que en los procesos electorales en los que yo personalmente me hallo inmerso por su cercanía, hay pocos de los segundos, por lo que la incertidumbre jugará una gran baza hasta el momento final.
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